agosto 10, 2009

Sin título

Durante los 36 segundos que tardó la madre de su amada en atender la puerta, Pablo Saúl repasó los hechos relevantes de esa jornada, estuvo conciente de lo mucho que habían conspirado sus inoperantes enemigos para evitar, a cualquier precio, que Lluvia se enamorara perdidamente de su sonrisa.

En el segundo 34 recordó los muchos desmadres de las últimas horas y pensó feliz que la única candela para su alma era un patio hermoso en el ventrículo derecho del corazón de su amada. Se sintió cercano a la maravilla de estar sin soledad y levantó la mirada hacia el visor de la puerta en el momento que escuchó el paso de la aldaba.

Buenas noches, señora. -parpadeó- ¿Cómo está?
¡Apunto de dormirme! -replicó ella-
Una voz añeja y varonil irrumpió en la plática: ¡Vos!, Pablo ahí está mojandose los pies, ¡que pase!

Eran, a penas, las 7 y pico de la noche. Las horas oscuras acababan de empezar. Pablo Saúl enfocó su mirada al fondo del pasillo y dijo: Buenas noches, señor. De nuevo la voz gruesa y firme provino del lugar pero ahora se escuchaba más cercana: Buenas noches Pablo, Lluvia está allá arriba.

El padre de Lluvia encendió los focos de las luces bajas y continuó con otra pregunta: ¿Cómo están tus papás?

Mi mamá está muy bien, le encantan los cursos de bordado, dijo mientras caminaba lento sobre el piso reluciente de la casa. -Mmm- vaciló en contarlo pero es que necesitaba-Y pues, mi papá sigue estancado con la infidelidad.

Las facciones de la madre de Lluvia cambiaron. Un poco por la reciente luz en su retina, un poco por los recuerdos dolientes de su infancia. Y estuvo apunto de decirle: Yo también sufrí de esos asuntos- pero se abstuvo por un tonto y ambiguo reflejo. Entonces dijo: -Buenas noches, Pablo.- y se retiró.

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